lunes, 11 de agosto de 2008

¡"Oh casualidad"!



El filósofo alemán Arthur Schopenhauer, que en soledad se volcó al estudio del budismo, el hinduismo y el misticismo, sostenía que al reconstruir la propia historia como si se tratase de un rompecabezas (¿tridimensional?) gigante, en el momento menos pensado uno queda perplejo frente a la extraña sensación de que cada capítulo ha sido minuciosamente orquestado por un enigmático soñador. Al llegar a cierta edad, decía Schopenhauer, acontecimientos que en su momento parecían accidentales e irrelevantes se manifiestan como factores indispensables en la composición de una trama coherente. Y así como personas que conocemos (supuestamente por casualidad) se convierten en agentes decisivos en el sentido de nuestro lento trajinar, del mismo modo nosotros también actuamos inadvertidamente dando sentido a vidas ajenas. Así, llegado a un punto, todo, absolutamente todo, queda conectado, cobra sentido. Una canción, un pálpito, un letrero oxidado... Todo puede dejar una huella perdurable.
"Hay dos cosas en las que he llegado a creer, implícitamente, acerca del mundo en que vivimos. Nada de lo que en él ocurre es independiente de cualquier otra cosa, así como tampoco completamente fortuito o víctima del azar", confiesa el científico húngaro Ervin Laszlo, fundador y presidente del Club de Budapest, director científico de la Universidad para la Paz, de Berlín, y asesor de la Unesco. Y a pesar de que en este universo todas las cosas están conectadas, aclara Laszlo, lo más parecido está más ligado a lo parecido que a lo diferente.
Para Carl Jung, la sincronicidad (término acuñado por él en 1930, y que define como "coincidencia con significado para la persona que la vive") era una ley universal cuyo fin no es otro que el de orientarnos hacia un crecimiento evolutivo de la conciencia. En otras palabras, una ayuda o "pista divina" para reorientar nuestras vidas y unirnos a nuestro "verdadero destino" (que, a diferencia del infierno de Emanuel Swedenborg y del de la mitología tibetana, no es espantoso por irreal -apunta Borges-: es espantoso porque es irreversible y de hierro).
James Redfield, autor de La nueva visión espiritual , escribe: "En cualquier momento pueden ocurrir coincidencias significativas. Podemos estar enfrascados en nuestros asuntos cotidianos cuando, sin previo aviso, se produce un hecho fortuito que atrae nuestra atención".
¿Mera casualidad? El hecho es que, generalmente, resulta demasiado improbable que haya sido una pura consecuencia del azar. No obstante, "un incalculable caudal de esfuerzos humanos está orientado a combatir y restringir los perjuicios o peligros que entrañan las coincidencias", advierte Jung, en un prólogo del I Ching . Jung no pudo ocultar su fascinación ante "el hecho curioso de que un pueblo tan bien dotado e inteligente como el chino no haya desarrollado jamás lo que nosotros llamamos ciencia", y que, mientras el interés distintivo "de esa mente peculiar" pase precisamente por las "coincidencias", aquello que reverenciamos como causalidad casi no sea tenido en cuenta. "Los pensamientos de los viejos maestros tienen para mí mayor valor que los prejuicios filosóficos de la mente occidental", expresaba este suizo que contemplaba el cosmos a la manera de la antigua mentalidad china y de los físicos modernos.
Niels Bohr en la mecánica cuántica, Rupert Sheldrake en la biología, Borges en la literatura, Stanislav Grof en la psicología trascendental, los antiguos textos védicos, Lao Tsé, el chamanismo andino, seres provenientes de los más remotas geografías, épocas, ámbitos y áreas del conocimiento han advertido que en lo más fortuito de los eventos es posible percibir, y hasta casi palpar, a esa gran agencia de inmensurable inteligencia, amor y bondad, que parecería deleitarse con ser conocida. Como si detrás de la cáscara más superficial de esta danza lúdica llamada vida, de contenido y resonancia energética, y en la cual, a su vez, los personajes también sueñan, una fuerza todopoderosa estuviese hilvanando una red indivisible: ese misterioso entretejido de nuestro destino que es, a la vez, parte del todo, y donde en verdad no existe "lo otro". Einstein, Chaplin, Picasso, Joyce, Planck, ¿no nos han "hablado", acaso, de lo mismo?
"El azar no existe"
"En Occidente buscamos conectarnos con un ser superior por medio de palabras, a través de la oración. La sincronicidad, en cambio, nos conecta con esa fuente infinita desde un plano no racional, no por medio de las palabras sino a pesar de ellas", dice Eduardo Zancolli, médico cirujano y autor del libro El misterio de las coincidencias , desafiando, por qué no, los paradigmas de su rígida formación científica.
Zancolli, como con cierta timidez por haber encontrado "algo que no debía", destaca que "si tomamos conciencia de que las coincidencias con significado son una clara evidencia de que no estamos solos en el universo y de que hay un proceso espiritual que influye en nuestras vidas, tal vez logremos recuperar la confianza en nosotros mismos y en los demás". "Desgraciadamente -añade-, nuestra cultura se resiste a abandonar su forma de pensamiento lineal y causal; por tal motivo, la sincronicidad, algo tan cotidiano y terrenal, es elevado a un plano casi místico. Hemos perdido la vivencia de ser buscadores de tesoros en este gran sueño donde cada pieza encaja perfectamente. Por eso, creo que es esencial tener una actitud abierta y tolerante hacia el significado de las cosas que uno no desea que sucedan."
"¿Y si lo que experimentamos como nuestra vida fuera una obra de ficción? ¿Cómo podríamos saberlo?", cavila Robert Hopcke, en El azar no existe . Según él, "sólo algo ajeno a la propia historia, algo que venga del más allá, podría atraer la atención de un personaje sobre la naturaleza de la historia que está viviendo". Hopcke describe los acontecimientos sincronísticos como "sucesos impredecibles que no están relacionados con una cadena lineal de causas y efectos; suponen un profunda experiencia emocional; tienen un fuerte significado simbólico y ocurren en momentos de profundas transiciones en nuestras vidas".
Una vez le preguntaron a Idries Shah: "¿Cuál es el error fundamental del ser humano contemporáneo?" La respuesta del maestro sufí fue contundente: "Pensar que está vivo cuando, en verdad, se ha quedado simplemente dormido en la sala de espera de la vida".

http://www.sincronicidad.org/

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