La polución propagandistica no favorece la paz soñada, que brota, como fruto maduro, de los caminos autenticos de la vida. Nuestro mundo actual rebosa de estímulos engañosos, que golpean dolorosamente a los incautos y engañan hasta los bien intencionados. Seduce a las personas con el espejismo de quimeras inconsistentes y de dudoso contenido. Las desvía del centro dinámico de su interioridad y las sacia con bocados azucarados de escaso valor alimenticio. Y la persona, lejos de encontrarse con los anhelos profundos de su mundo más verdadero, se pierde en las arenas movedizas y atormentadas de su propio yo.
Alli, ávidamente, goza de los dividendos fáciles de conquistas deslumbrantes, pero acaba arrastrandose y haciéndose sorda a las llamadas más íntimas que le vienen de su mundo más hondo. En vez de responder a ellas y de vivir lo que es, se conecta con la careta que le hace tan solo parecer que es. Vive pendiente de la última moda, vagabundeando, sin una orientación personalizada, sin un compromiso engrandecedor, esclavisada por las propagandas consumistas que solo la satisfacen por el momento, sin darle un rumbo claro y seguro.
Pero nosostros somos realmente más, mucho más que esas lentejuelas con que el mundo nos reviste. Deseamos más, mucho más que esta posición social a que nos aferramos y que se nos reconoce. Somos un reino infinitamente rico y divinamente fascinante, que todavía está por conquistar. Para ello es preciso armarse de coraje y atreverse a ser grande, enfrentándose con las mentiras tentadoras que impiden el acceso a la intimidad del corazón.
Y, principalmente, es preciso darle el corazón a la vida, en vez de pretender el corazón de ella. Fuimos hechos y existimos, no para aprisionar corazones, sino para liberar el nuestro.
Neilor J. Tonin
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